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Diseñado por el arquitecto norteamericano Frank O. Gehry, el Museo Guggenheim Bilbao está situado en una parcela de 32.500 m2 que se halla a nivel de la ría del Nervión, es decir a 16 m por debajo de la cota de la ciudad de Bilbao y que está atravesada en uno de sus extremos por el colosal Puente de La Salve, una de las principales entradas a la ciudad.
La arquitectura al servicio del arte
El edificio está compuesto de una serie de volúmenes interconectados, unos de forma ortogonal recubiertos de piedra caliza, y otros curvados y retorcidos, cubiertos por una piel metálica de titanio. Estos volúmenes se combinan con muros cortina de vidrio que dotan de transparencia a todo el edificio. Debido a su complejidad matemática, las sinuosas curvas de piedra, cristal y titanio han sido diseñadas por ordenador. Los muros cortina de cristal han sido tratados especialmente para que la luz natural no dañe las obras, mientras que los paneles metálicos que recubren a modo de "escamas de pez" gran parte de la estructura son láminas de titanio de medio milímetro de espesor, material que presenta unas magníficas condiciones de mantenimiento y preservación. En su conjunto, el diseño de Gehry crea una estructura singular, espectacular y enormemente visible, consiguiendo una presencia escultórica como telón de fondo al entorno de la ciudad.
El nuevo centro urbano
La entrada principal del Museo se encuentra enfilando la calle Iparraguirre, una de las calles neurálgicas que cruza diagonalmente Bilbao, en un intento de extender el centro urbano hasta la puerta misma del museo. Mediante una amplia escalinata descendente -diseño infrecuente en edificios institucionales- se accede al vestíbulo del Museo, resolviendo de esta forma con acierto la diferencia de altura existente entre la cota de la ría y la del Ensanche de la ciudad, y haciendo factible que un edificio de 24.000 m2 de superficie y más de 50 m de alto, no sobrepase la altura de las construcciones circundantes.
Una ciudad dentro de otra
Una vez pasado el vestíbulo y penetrando en el espacio expositivo, se accede al atrio, uno de los rasgos más característicos del diseño de Gehry, que está coronado por un lucernario cenital en forma de "flor metálica", del que brota un chorro de luz que ilumina el cálido y acogedor espacio. La terraza, accesible desde el atrio y con vistas a la ría y al jardín de agua, está cubierta por una marquesina apoyada en un único pilar de piedra, con una doble función protectora y estética. Una amplia rampa de escaleras que parte de la fachada posterior, asciende hasta la escultórica torre, concebida para absorber e integrar el Puente de la Salve en el complejo arquitectónico.
Los tres niveles de galerías del edificio se organizan alrededor de este atrio central y se conectan mediante pasarelas curvilíneas, ascensores acristalados y torres de escaleras a modo de ciudad metafórica donde los paneles de cristal que cubren los ascensores evocan las escamas de un pez que salta y se retuerce, las pasarelas que suben por las paredes interiores son como autopistas verticales, y las curvas de escayola que coronan el atrio sugieren los nervios moldeados de un dibujo de Willem de Kooning. En definitiva, todo un artificio de diseño arquitectónico llevado a su límite.
El espacio del arte
El edificio dispone de un total de 11.000 m2 de espacio expositivo distribuido en diecinueve galerías. Diez de ellas tienen forma ortogonal y aspecto más bien clásico, identificables desde el exterior por su recubrimiento en piedra. En contraste, otras nueve salas son de una irregularidad singular y se identifican desde el exterior por su recubrimiento de titanio. A base de jugar con volúmenes y perspectivas, estas galerías proporcionan espacios interiores descomunales que mantienen el singular perfil exterior y por los que, sin embargo, el visitante no se siente en absoluto desbordado.
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